Smart cities: Negocio, Poder y Ciudadanía. Parte III.

Por: Jordi Borja
Fuente: www.plataformaurbana.cl

Smart cities versus ciudad democrática y sostenible

Smart cities es un simple slogan publicitario que ha sido asumido acrítica y mediaticamente por los medios profesionales, académicos y políticos.

Aunque la crítica es cada vez más generalizada y esta “marca” oportunista y confusionaria tiene un futuro muy limitado. La cuestión no es el término, es lo que sugiere y se publicita. Imaginación, tecnologías de vanguardia, acceso directo a todo tipo de informaciones, conocimientos precisos de cada uno y de todos los servicios y de  las actuaciones de agentes públicos y privados, protocolos de aplicación de las mejores soluciones para todos los problemas, etc. Un cuento manipulador.


Se cualifica al smart city y las tecnologías avanzadas como medio para que los ciudadanos sean protagonistas de la gestión y transformación de la ciudad, tanto a escala individual como asociativa. Si que pueden contribuir a ello pero no por medio del producto que se vende a partir de este slogan promocionado por IBM. Las informaciones son de difícil acceso en muchos casos, no tienen en cuenta las relaciones causales entre ellas y no hay ninguna intención crítica ni propuestas innovadoras. No tienen en cuenta la radical especificidad de cada ciudad, contribuyen al uniformismo genérico que ya predomina en gran parte de las ciudades. El producto prefabricado  no es adaptable a una ciudad concreta.

Las respuestas genéricas pretenden responder  a un problema específico. No solo son las  alternativas son  adecuadas. También son erróneas y negativas. La supuesta eficiencia de la propuesta reproduce el problema a una escala mayor. ¡Hay atascos en la red viaria? Se  proponen vías alternativas lo cual aumenta el espacio contaminado y congestionado. Se hacen estudios de movilidad vivienda-trabajo o cualquier otro tipo de movimientos cotidianos y se proponen aumentar las infraestructuras en lugar de promover transformaciones urbanas y reorientar los hábitos sociales. En cambio se hacen más autopistas urbanas, aunque sea por el subsuelo o por el aire, fraccionando o segregando las periferias, generando discontinuidades y exclusiones, se multiplican los costes de energía no renovable y se contribuye al calentamiento del planeta. Los proyectos de “ciudades genéricas”,  proyectados por grandes empresas han resultado un fracaso, Un precedente fue el de la General Motor que propuso despedazar las ciudades americanas a base de multiplicar las autopistas. La “ciudad genérica” que anunciaba Forrester  (Urban Dynamics, 1969) tiende a no ser ciudad.

Un ejemplo del mal uso de las tecnologías  ocurre con con la obsesión securitaria. Más seguridad, más cámaras, más controles,  más miedos, más despilfarro y más persecución a los diferentes. Se instalan cámaras por todas partes a sabiendas que no tienen casi ninguna utilidad práctica. Pero no se admiten  en las prefecturas y comisarías donde se practican malos tratos a delincuentes, sospechosos y ciudadanos detenidos arbitrariamente. El espacio público deviene espacio vigilado, peligroso si hay exceso de vigilancia o ausencia de la misma. Es un negocio para las empresas del ramo y los gobiernos dan imagen de autoridad. Se atemoriza a la ciudadanía, se la vigila más que se la protege. La tecnología no se pone al servicio de los ciudadanos, sino satisface la voluntad de control de los gobernantes. Otro ejemplo de mal uso de las tecnologías ocurre cuando se utiliza el medio ambiente para instalar en los edificios tecnologías sofisticadas, costosas de producción y de mantenimiento (como ocurre con las cámaras en el espacio público). En muchos casos no solo suponen un coste innecesario sino que generan problemas sanitarios e incomodidades  diversas al faltar el aire, el sol, las perspectivas, etc. Con frecuencia los edificios inteligentes a la hora del funcionamiento resultan bastante más tontos que los convencionales. Pero alguien ha obtenido beneficio con ello. En resumen con el smart city , gobiernos y grandes empresas, buscan prestigio, ostentación, negocio, control social y muy pocas veces el interés de los ciudadanos.

Las tecnologías, sea cual sea la buena intención de sus diseñadores y gestores, no hacen la ciudad inteligente. Es el uso social de las mismas que pueden hacer la vida urbana más justa y de más calidad. También hay que tener en cuenta que con las tecnologías ocurre como con los modelos más o menos matemáticos aplicados a  la vida económica o política. Los modelos en el mejor de los casos iluminan una dimensión de la realidad pero no toda ni mucho menos, por lo cual presentan la realidad y su evolución de forma parcial, errónea, confusa, engañosa y contradictoria.. La tecnología no abarca todas las dimensiones de la vida urbana. La información por muy sofisticada que sea no es la copia de la realidad. Pero sirve en muchos casos para legitimar políticas públicas y privadas consideradas como “objetivas” cuando solamente son coartada para hacer negocios privados, ejercer control  sobre la sociedad  y confundir a la ciudadanía. Ya se sabe que es fácil mentir con las estadísticas (título de un viejo y clásico pequeño gran libro). Los ciudadanos se pierden en el laberinto informativo y se les presenta que “técnicamente” no hay otras alternativas. Se pretende desarmar intelectualmente a la ciudadanía. La realidad, traducida por la Big Data, oscurece de la ciudad real, injusta, despilfarradora, insostenible, excluyente y expropiada de sus derechos, de su historia y de sus esperanzas. El Smart City y el diseño y aplicación de la tecnología se pone así al servicio de la ciudad competitiva, la que prioriza la acumulación de capital respecto a la reproducción social, la que disuelve la ciudad en espacios lacónicos y atomizados, la que el valor de cambio substituye el valor de uso y el individualismo se impone al tejido social. La ciudad se pierde y la ciudadanía con los derechos propios de nuestra época  también.

La alternativa es la ciudad colaborativa, una ciudad que  emerge en múltiples dimensiones de la realidad social por medio de múltiples iniciativas de base. Se pueden distinguir en el ámbito económico .la reparación y la producción,  el  financiamiento y el consumo. Se crean comunidades o grupos de autoayuda y de intercambio de habilidades para reparar o substituir productos manufacturados o digitales. El consumo se ha desarrollado más que cualquier otro tipo de colaboración: cooperativas, intercambio de servicios, trueques de tiempo, de productos, de formación, etc. Compartir bienes y servicios, desde la vivienda hasta el automóvil, desde electrodomésticos hasta cuidados a los que los precisan, etc. . Las actividades comunes solidarias ante sectores de población excluidos (del trabajo, la escuela, la vivienda, etc). El auge de la economía social es  un eje fundamental para el desarrollo de la ciudad colaborativa. Las formas de financiamento alternativo son ya muy conocidas: bancos éticos, cooperativas, monedas alternativas, etc.

En el ámbito cultural y educativo también se multiplican distintas formas de colaboración que incorporan las tics para desarrollar una ciudadanía activa, En la educación formal y en muchos otros aspectos educativos y culturales en sentido amplio: formación continuada, reconversión de las habilidades profesionales o hobbys, talleres literarios o teatrales, intranets para reforzar las comunidades de base, etc,. Especial interés es la creación colectiva de conocimientos y  el acceso a los descubrimientos científicos y las innovaciones técnicas es una cuestión clave para combatir la exclusión. En este ámbito es especialmente importante el acceso, o la denuncia  si es el caso, de los trabajos de investigación, de las patentes que se privatizan cuando son producto de un proceso social, las revistas excluyentes, los derechos de la propiedad intelectual, el reconocimiento de la formación en el seno de las comunidades de base. Estas comunidades generan pensamiento colectivo alternativo, promueven valores de horizontalidad frente a jerarquía,  impulsan la difusión universal de conocimientos accesibles a todos, revalorizan  el valor de la igualdad frente a la hegemonía de la sociedad competitiva y del desprecio,  de la solidaridad  contra la discriminación y de la libertad activa en la vida social. Y, obviamente, las comunidades ciudadanas, con las “tics” como armas exigen el carácter de “bien común” de la información, comunicación y conocimientos.

En el ámbito político la ciudad colaborativa es la ciudad en proceso de reconquista.  El conjunto de actividades sociales colaborativas construyen espacios físicos, virtuales, simbólicos y políticos. La dinámica colaborativa tiende a expansionarse, integra política con economía, articula vida individual y colectiva,  supera la dicotomía Estado y mercado, une la historia local con la innovación global, construye un relato global a partir de las prácticas locales. Este ámbito en todo caso merecería un artículo específico. Ver la bibliografía adjunta sobre “los comunes” y los derechos ciudadanos.

Pero no se trata de un relato que tiene final ni es necesariamente feliz. Las “tics” son hoy indispensables para la transformación social, para la ciudad como historia de progreso de la humanidad, para conquistar los derechos que los “Estados que se proclaman de Derecho” niegan. Las tics nacieron como promesa universal, como “bien común”. Sin embargo los Estados y los grupos económicos se han apropiado de los medios de información y comunicación, como hicieron con los bienes de producción. Se regula y se protege la propiedad privada, se facilita patentar todo tipo de innovaciones que han sido resultado de múltiples trabajos y de muchos actores, se dificulta el acceso a los conocimientos y a la información acumulada de las mayorías sociales. Históricamente las clases trabajadoras y sectores importantes de la intelectualidad, los profesionales y el mundo académico han promovido los cambios necesarios para ampliar los ámbitos de igualdad y de libertad, de racionalidad y de justicia. Ahora los tecnólogos, sean investigadores, diseñadores o gestores de las tics son actores indispensables de la concepción, la gestión y el acceso de los medios de información y comunicación al servicio de los derechos ciudadanos.

William Mitchell, el teórico analista y precursor de los impactos de las tics en la ciudad (City of Bits, 1995, E-topia 1999) proclamó los tres objetivos de la aplicación de las tics a la ciudad: la sostenibilidad, la calidad de vida para todos y la equidad social. Podríamos añadir la construcción de la ciudadanía (o mejor: conciudadana según expresión de Étienne Balibar) a partir de las redes y las comunidades de base como ha expuesto Manuel Castells.. En cualquier caso no serán IBM, General Motors y Walt Disney (Celebration, la ciudad perfecta) los que responderán a los objetivos de Mitchell).

Nota del autor.
Este texto debe mucho a las conversaciones, comentarios y notas escritas de Marta Continente, Mirela Fiori y Valérie Peugeot. Además Valérie me ha proporcionado algunos datos y  referencias bibliográficas que se citan en el texto (el rol de IBM, el artículo de Batty,) Las informaciones y reflexiones más precisas se deben a ellas. Sin embargo no se las puede responsabilizar de la crítica pesada de los malos usos del negocio  de las empresas vendedoras y su  soluciones prêt à porter.